jueves, 31 de mayo de 2012

El planeta de la música

Este mundo no está ocupado por humanos; es más, en contraste con la incógnita que descubriré, conformamos una minúscula parte de esta esfera que gira alrededor de un enorme, bárbaro, turbador, tórrido foco luminoso. Nada de esta carne puede aspirar a ser algo más que carne, y la mente que alguna vez se independizó del cuerpo ha perdido hoy la fuerza que ahora, pienso, nunca tuvo. Porque existe una figura que es omnipresente, que se reproduce con constancia y que aparenta ser un fruto de ideas y emociones, bien sea juntas o separadas, pero que de ellas emerge.

Hay más melodías que humanos.

No podría retroceder y argumentar que su valor se remota al "autor", de ser así,  se cumpliría lo siguiente: si dios creó al hombre y la naturaleza, y la música nace de cualquiera de estos dos, por ende, la música, en un principio esencial, sería obra de Dios.
Qué le otorga, entonces, la independencia de su origen, si para surgir necesita de una fuente - como casi todo lo que nos rodea. No puede ser la mente, ya que no hablo de una libertad  humana, sino de la cualidad de ser y poder tener un control propio e incluso, sobre el resto. Es simple, la melodía -llámese también música, tonada o canción- es sensible al oído, el cual, por ser un sentido, origina sensaciones que llegan hasta el sistema nervioso. Inevitablemente, esta tendrá un impacto sensorial, pues antes de ser percepción es una sensación. Quiero decir, no nos encontramos libres de actuar por la música, es como un virus que se halla en los espacios, en casi todos. Aún si consideramos solo aquello que es producido por los seres humanos llegaríamos a la conclusión de que las canciones nos ganan en enormes cantidades, todavía contando a los muertos.

Nada me lleva a pensar de que este mundo está poseído por una serie de composiciones, sean anónimas, de autor, de la naturaleza o de las cosas. Pero estoy segura de que si existiesen ciertos atributos en estas invenciones que lograran obtener científicamente algún grado de vida, los estudios demográficos pasarían a un segundo lugar y tal vez empezaríamos a leer publicaciones algo más parecidas al Billboard.

lunes, 28 de mayo de 2012

Cuestión de lenguas



Hay que decir nada
Es mejor que decir todo

Porque si se trata creer
solo tengo estos ojos

Porque nada es suficiente
y demasiado es ilusorio

Porque ayer leí
"para muchos eso es poco"

Porque la repetición
hoy es un juego soso

Porque esas siete letras
ya no forman lo que compongo

Porque cuando quiero
las ansias cubren el micrófono

Porque para qué decir lo que diríamos
si sabemos, somos un par de sordos.

viernes, 18 de mayo de 2012

Vals tercero de media noche



El piano no ha sonado, pero sientes la melodía cerca,
camuflas el desasosiego entre los mechones sueltos en tu cara
ahí la pupila pierde la nube, la nube se convierte en un brillo pálido,
la alegría embriagada de tristeza posa en tus mejillas sonrojadas

La vida empieza a desvanecerse con el mito forastero que te la arranca
como un truco de magia que convence al niño ingenuo
Pero sabes que esa virtud salió de ti una noche
en la que la moneda no apareció debajo de tu almohada

Quieres desprenderte del aire que rige el ritmo de tu pecho
Quieres respirar con las plantas de tus pies que danzan en el mármol
La gracia azulada se acerca como el susurro de las doce
Se va alejando con el vaivén de tus manos sedientas de otro cuerpo

La melodía del piano se apaga entre los tules de tu falda
recoges las centésimas tal cual la limosna que cae sobre el cemento
Arriesgas la cordura por la dicha del meneo en tus oídos
El final del mito regresa, pues aún no se ha llevado tu alma.


jueves, 17 de mayo de 2012

Moraleja de un artrópodo


En un pequeño agujero, entre la arcilla que se formó de dos trozos de madera de la esquina de una pared, una araña y una cucaracha estaban escondidas. Las dos en una suerte de pacto. Habían caído, ambas, en el mismo inmundo orificio que les permitía sobrevivir ocultas del rastreo de las suelas, los matamoscas, los insecticidas y los palmetazos de manos ásperas y crudas de tanta costumbre. La cucaracha se movía rápidamente, se mimetizaba con bastante facilidad entre los escombros de lo que frente a sus ojos parecían construcciones enormes, infinitas. Pasaba desapercibida, regresaba vencedora de la adversidad, todas las noches, con las patas llenas de migajas, basura, desperdicios que le servían para alimentar su endeble caparazón.

Durante el amanecer, la araña observaba a la cucaracha moverse, saciar su asqueroso placer con frialdad, con ansia. En el polvo,  estaba agitándose de un lado a otro, exhibiendo hasta el último detalle de su estructura , sin pudor alguno, como si se tratase de los atributos de un héroe: las patas espinozas, largas y erizadas, las alas rígidas que rara vez hacía volar, la torpeza de su ajetreo. Realizaba ademanes que enaltecieran su miserable nombre, y la araña reía con ella, las dos reían y parecían entenderse muy bien - tal vez por la misma condición de su especie. Mientras el calor estuvo en el ambiente, la cucaracha salía, siempre allá, afuera,  se mofaba con vulgar elegancia de su compañera que permanecía atrás, complaciente, atenta a sus historias de mundos temibles, quiméricos, valientes, mundos a los que solo la cucaracha le hacía frente.  

Tiempo después, el bochorno fue degradando su color del rojo a gris, la calentura enfermiza se convertía en aire fresco, en viento, en frío. Los extensos trayectos en el fondo negro se fueron acortando, hasta disminuirse en un asomar temoroso, en el lente de quien vigila, cobarde, moribundo, indefenso. Fue ahí, entonces, cuando la araña, sin pedir permiso, se ubicó en la entrada del diminuto círculo, descolgando el último hilo de una tela y sacando la primera de sus ochos patas. El verano había terminado y el invierno se convertiría en el cuento de la araña que la cucaracha jamás descubriría.

miércoles, 9 de mayo de 2012

Inicio

Madre
Gris
melodía
espesor
espacio
infinito
gotas de agua escondidas
"te vigilo, aguardo"
ángeles de piedra
viento susú
hojas de ocre
claro de luna
sol vencido

En el manto escondido de Gea
nos estamos envolviendo, sumergidos

y cada vez la luz pagana
se va consumiendo entre su  cabellera de plata oscura

poco a poco
lento
muy despacio
quedan vistazos
lo hacen ceniza
poco a poco
lento

Hoy es un hermoso día.

domingo, 6 de mayo de 2012

Birria



Esa piel no te pertenece
Pero está tan adherida,
tan propia, tan incrustada.
Sientes el ardor sobre ella
reaccionas al seco
a la caricia
al asco
a la humedad
al beso
a la rasgadura


Con ella han cubierto un cuerpo
que ahora parece no responder a lo vivo
al exterior
al habla
al golpe
al ruido

Se estremece, enjaulado
solo escucha tu voz.
Sobrevivir.
Porque no es inherente, quiere escapar.



Ambos.



Y el rostro
Solo reconoce al pensamiento abrumado
escondido
opaco
crudo
salvaje.
No recuerda si sería mejor, si fue mejor.


El rostro que ya no quiere ser rostro
Que intenta torpemente ser.
Que se maquilla.
Que es la imitación de otro rostro.



La cosa que quiere ser humana
que quiere irse

que no se va:

que aún respira.

miércoles, 2 de mayo de 2012

Refrigerio en barra



-¿Tú sabes qué pasa cuando le digo a mi mamá que quiero suicidarme?


- ¡Cómo pues! - ríe, con los ojos exaltados - cómo le vas a decir eso.
- Reniega, me grita, ¡hasta llora!, me dice que soy una abusiva, que la quiero matar de una úlcera. 
- Ay loca, pero es bien hardcore decirle algo así a tu vieja.
- No, no lo creo, al menos le estoy avisando que lo tengo en mente. Esas son las mamás que en los funerales le cuchichean al invitado menos esperado lo que el hijo solía contarle, pero no con un sentimiento de  culpa, ¡ah no!, ¡eso jamás!, sino como un mensaje que nunca entendió.
Gaby vuelve a reír como al inicio.
- Últimamente estas medio emo, oe - me dice con su vocecita ronca.
- Ja, ja. No, no estoy emo, pero siento que las personas prefieren evitar que uno hable de este tipo de temas, sobre todo los familiares, porque si le hacen caso y al final no pueden evitar que se mate, terminan sintiendo la culpa. A sentir culpa, mejor hacerse el loco.
- Creo que sí, puede ser.
Al instante, pasó un señor de seguridad y nos miró como sacándonos con los ojos del pasillo, no hicimos caso y continuamos hablando.
- ¿Nunca lo has pensado? - pregunté con un poco de intriga.
- Sí, pero eran tonterías del colegio, cuando escuchaba las bandas punk y esas vainas, es una etapa, a todo el mundo le pasa.
- Yo creo que todos lo llegan a pensar, sí, seguramente todos. - dije mientras pensaba en lo mismo. 
- Oe loca, ya me voy, ya empezó la clase, hablamos luego
- Anda, anda, apúrate. Chau.
Caminé rápidamente por el pasillo hasta encontrar la primera escalera que me llevaría al piso uno. Tenía una pequeña lista en el bolsillo de las cosas que iba a comprar en el mercado central, la saqué y volví a revisarla, evitando toparme con la gente. Era como caminar sin pensar que estaba rodeada de humanos, de seres tan absurdos, vivos y duramente sonrientes.Había practicado esa caminata por varios días, daba resultado, podía llegar sin problema alguno al paradero y sentirme liberada de ese tumulto que parecía consumir las últimas gotas de “ganas” que me quedaban. 
Luego de que tres combis subieran a la gente como ganado, por fin, paró la que me llevaría a mi destino. Subí y me senté al lado derecho. Siempre he pensado que mi cara se ve menos desagradable desde esa parte de los buses, al menos un poco de tranquilidad durante el tiempo que me tomaría el viaje, no tendría que preocuparme por los malos perfiles y el impacto en el público que chocaría con él. Me puse los audífonos, sonó Phantom Limb, escuché los 30 primeros segundos y pasé a la siguiente canción.
Hay pocos lugares donde me siento bien, uno de esos era el centro, siempre lleno de gente, gente que no incomoda, que te hace sentir bien, que te vende fruta, lentes, pasadores, peines, cuadernos, jugo de naranja, huevos de codorniz, gente que te dice “¿qué te sirvo bonita?”, “en qué te ayudo mamita”, “¿amazonas?, de frente lindita, baja nomas, ahorita no pasa nada”.
No todos hablan igual, otros te dan la respuesta que necesitas y siguen con sus vidas, pero aún así, su gracia tienen. 
Jamás planearía mi muerte en un lugar tan agradable como el centro, sería como arruinar por un instante tanto colorido con mi deformado cuerpo cubierto de sangre y de la mala mueca que mi rostro formaría por última vez.  Sería la chica de “La universidad carita” que se mató quién sabe por qué “Bien dice que estaba” “ Se tomaba fotos dicen, tenía amigos, bien, una chica bien, ¿No la habrían violado?, o se metería esas cochinadas, sí pues, todos los chicos estos se meten cojudeces, pobrecita”. Tal vez el diario Ajá o el Trome diría que mi cuerpo era una completa desgracia, sacarían que ni depilaba estaba “CHIBOLA SE MATA POR VELLUDA”, o dirían que me drogué en un callejón, que me fumé el óleo de mis pinturas, quién sabe qué dirían. Por eso, solo me dediqué en ver al centro como el lugar qué tanto me gusta, el pequeño escondite dentro del armario.
Seguí caminando en busca de los óleos que necesitaba para realizar mi proyecto - no para fumármelos. Llegué a la calle a la espalda del congreso, donde habían algunos puestos que vendían caballetes, lienzos, postales y todo para los que hacen escultura o pintura. Bajé la cuadra completa  y entré a una tienda donde había un chico de baja estatura, menudito, asomado en el umbral, viendo hacia la calle. Era uno de esos chicos que parecen muy serviciales, sin llegar a ser exagerados, los que no caen como una patada en el trasero. Lo usual, cuando uno va a estos sitios; o son muy entendidos y te tratan como un ignorante, o simplemente no saben nada y tampoco quieren que les preguntes nada, solo comprar. Sin embargo, este chico era de los buenos, seguramente el único bueno en toda la recta.
- Hola, ¿en qué le puedo ayudar? - preguntó el joven.
- Ehhmm - miré al rededor de la tienda - Necesito óleo, pero no sé, estoy con ganas de hacer cosas grandes, otro tipo de arte, creo que llevaré acrílico.
- Bien, a ver, un ratito, venga por aquí - me señaló un mostrador - esos son los que tenemos.
- Ah ya. - me detuve a mirar unos segundos  las cajas de acrílicos- Llevaré esos. - señalé una caja cualquiera que me había parecido haber visto antes en una tienda por mi casa. - Voy a ver los lienzos - añadí.
En una esquina junto a los caballetes, habían colocado los lienzos de manera desordenada, todos los tamaños intercalados. Elegí un par enorme, dimensiones con las que nunca solía trabajar, si el último que había terminado fue un 40/40, los que estaba llevando lo triplicaban. Los levanté torpemente y caminé con cierto entusiasmo hacia la vitrina donde se encontraba el joven, hasta que me di cuenta que llevarlos a mi casa me iba a resultar complicado, entonces los cambié por unos un poco más pequeños, pero que, aún así, seguían siendo grandes.
- ¿Tiene algunos pinceles para el acrílico?¿Cuáles se usan? - pregunté, tratando de no sonar como una novata, a pesar de no serlo.
- ¡Ah!, yo le diría que lleve los chinos, estos sintéticos, esos le sirven, de ahí si no quiere pues no gasta mucho, baratos están. - respondió. A mi parecer, pensó que podría ofenderme por su comentario; a cuánta gente  le molesta que traten de ofrecerles cosas a bajo precio porque creen que le están diciendo misio, qué cojudez. El chico, intentando ser disimulado, inclinó un poco la cabeza para ver qué cara había puesto, siempre ando con cara de mierda, eso cree la gente.
- Ya, llevo esos entonces.
- ¿Algo más?
- Qué pintaría usted señor, ¿usted pinta?- le pregunté,  se me pasó por la cabeza, como muchas otras cosas.
- No, no pinto - respondió rápidamente.
- Pero qué pintaría usted si tuviera que pintar sobre muerte.
- No lo sé, no lo sé.
- Piénselo un segundo, algo tendría que pintar ¿no?
- No lo sé, señorita. Solo sé que me gusta mucho Van Gogh y que seguro él hubiera sido bueno para responderle esa pregunta, loco estaba. ¿No cree?
- Vamos... - me quejé flojamente mientras sacaba el dinero de mi billetera. El joven me miraba y no decía nada, solo sonreía con la sonrisa de los que atienden, esperando la gran cantidad que dejaría a mi billetera más delgada que una hoja bond.
- ¿Cúanto es?
- 70 soles, señorita.
Le entregué la suma de billetes que venía juntando hacia un par de meses, solo me quedé con uno de diez y dos  monedas de dos soles.
- Un reloj. 
- ¿Un reloj? - repetí. El chico contemplaba una  esquina de la habitación donde había colgado uno de plástico.
- Pintaría un reloj, señorita, el tiempo pues, lo que se vive, todos miramos un reloj, si te mueres, se acaba el tiempo, ¿No?
- Sí, sí. Se acaba. Gracias.
- Vaya con cuidado.
Me detuve un momento en la esquina. Crucé la calle para ir a Capón. Reté a la muerte, todavía algo de eso me quedaba.