martes, 28 de junio de 2011

Primeras letras de introducción al "No"



Se dice no, y eso no quiere decir que no, simplemente es un no, real y concreto (y no se relaciona con el no quiero).
El no debe ser llano, ameno y sincero. Un no con fuerza suena a un "tal vez sí - recóndito - en lo profundo de mi alma". Un no que no se confunde en el espacio con otra palabra, un no claro, manifiesto y sencillo tiene más firmeza que el no que se dice con aparente imposición.


No acostumbra a relacionarse con el alejamiento, y ese no debería ser el propósito del no, menos aún el del rechazo; el no disuelve y enjuaga las dudas y desaciertos de la mente, conlleva a una vista que no se había descubierto y forma la conexión entre dos universos opacos o de ficcionalidad, de "fantasías vividas". Ese es el no que debe existir, y no el incauto no que sale de los labios de los que olvidan qué decir.

Pronunciar un no puede otorgar poder, el no tuyo, mío, nuestro y el de aquellos. El poder del no se manifiesta en la respuesta, siempre y cuando este se haya dicho una sola vez, en caso contrario no es válido, no existió y la reacción fue resultado de una actitud posterior a la palabra dicha.

Si existen momentos adecuados para mencionarlo, dependerá de lo que se quiera comunicar. Quizá el no, para esa eventualidad, sea incorrecto o innecesario. Una sugerencia es no pensarlo dos veces si se sabe lo que se quiere demostrar. El no surge del origen indefinido y de la sensación identificada como no.

Espero que esta breve introducción sea de utilidad para entender el por qué de las cosas que suelen funcionar de manera insospechada.

domingo, 19 de junio de 2011

Lecciones


Le recordé que no me gustaban los jarabes, sabía que habían otras opciones.

Existimos. Somos cuerpos, mentes, personas y queremos, ocasionalmente, hacer el mal.

... Yo llevaba escondida esa malicia en los bolsillos durante mucho tiempo, nunca la podía dejar de lado; de vez en cuando, "un ojo".

Recordé que se la presenté el día que parecía llevar un vestido amarillento de gasa. Había permanecido inmóvil, más que poco sorprendida, incrédula.

Se la acerqué para que notara el veneno - tal cual me indicaron debía hacer. Dirigió la mirada hacia él por unos instantes, giraba la cabeza, lo examinaba detalladamente con la vista, y sin ninguna expresión en el rostro.

Luego, en determinado momento, regresó a mí.

Mi brazo empezaba a sentir el adormecimiento por todo el tiempo que había permanecido alzado en dirección a sus dos cristales pulidos de luz. Empezaba a tornarse azulado y frío .
La ponzoña no se derramaba, era un cubo perfecto de color cetrino - hacia ella, una bola de púas bermejo; lo reflejaba su pupila, yo admiraba.

Paso tres. Levanté la otra mano y lo sostuve con dos dedos. Qué lo respirará, qué absorbiera un poco del olor. Se inclinó ligeramente, separó los talones del suelo, arrugó el charol y me prestó atención. Siguió mis movimientos, y no, temor no.


El sudor gélido de mi frente empezaba a derramarse y mojaba el gris cemento. Su posición fue la misma; su lazo cuidadosamente amarrado, sus rizos caoba, sus mejillas rosadas. La completa falta de noción de tiempo y de existir pasaban a ocupar mi mente, a dejarla casi vacía de nada, pero la suya carecía de seducción o manipulación alguna, seguía siendo la misma. Ningún cambio en mi pequeña pieza.

Ahora que lo comprendía, no tenía otra opción. El pequeño ser que se encontraba frente a mí había vencido.

Di dos pasos al frente y tomé el veneno aún intacto. Lo acerqué hacía mi boca. Antes de sumergirse en mi crédula sensibilidad, empezó a gotear y destacó las púas que en otras ocasiones se me habían negado. Aquel color bermejo no pudo ser más brillante.
Casi dentro de mí, pude notar que su rostro, por fin, se había alterado: la vista iluminada construía un prisma de realidades a nuestro al rededor. Mi instrumento tocando el mínimo de lo corpóreo. Mis labios luciendo el primer indicio de sangre. El hirviente camino rojo hacia mi barbilla, la delgada linea de fresas, de sal, suspendida en el aire, atravesando todos los escenarios imperfectos. En el minúsculo instante de un latido, la gota roza el suelo.


La niña había formado un pequeño semicírculo con los labios.






domingo, 12 de junio de 2011

Te sigo, sígueme

Me dijo que estaba bien.
No sé cuándo empezamos a salir ni cuándo respondimos que sí a alguna invitación, si es que realmente las hicimos. Estábamos caminando por el lado de las bancas viejas, las que tenían una madera grisácea y algunas grietas, donde las telas de araña reposaban para atrapar algunos moscos y pajilla seca.

- Deja de caminar detrás mío - le reclamé con una ligera sonrisa. Lo había hecho durante un largo rato.
- Está bien - respondió mientras se quitaba la capucha negra

Éramos amigos sin una clara explicación ni una determinada fecha (aunque nos conocíamos apenas hace seis meses), solo recuerdo que un día hablamos mucho, yo hablé mucho, pero noté esa aceptación en la conversación que raras veces las personas muestran - usualmente hay algo de "hipocresía cordial".
Él tenía una forma distinta de expresarse, de pensar, de definir, y en realidad ambos éramos distintos, aparentemente. Cualquiera hubiera pensado que jamás nos podríamos llevar bien, supongo que nadie puede determinar ese tipo de cosas, de repente, solo, suceden.
Nunca pensé en tener una amistad así de extraña, de inexplicable, sin entender el cómo (yo, que constantemente buscaba respuestas) . Aparecíamos en alguna parte, pocas veces sentados en lugares formales, siempre en el pasto, en alguna piedra, recostados en un auto viejo.

Esta vez el sol nos acompañaba, a pesar de ser invierno. Yo tenía las manos frías como de costumbre, un algodón que parecía no acabarse, un paso lento, un mechón que nunca lograba atar, un vestido, una chompa descosida, bolsillos. Las expectativas puestas en el siguiente camino - esperaba que fuera igual de encantador que este -, la tierra húmeda y los charcos verdes.
- Desde cuándo caminas por aquí, es interminable - me preguntó con curioso interés.
- Mmm, no lo sé, desde la primera vez que descubrí lo que es aburrimiento, supongo - bromeé. Ahora no tenía la necesidad de antes que me obligaba a girar medio cuerpo.
Rió.
Nuestros pasos se habían tornado iguales, sus zapatillas rojas destacaban entre todo lo verdusco que nos rodeaba. Su rostro denotaba algo de preocupación, muy sutil. La mirada fija en el futuro próximo y el cabello marrón igual de desordenado que al principio. Las manos en los bolsillos. Se alejaba de mi costado, parecía pensar. Estaba solo ahora.
Caminamos en el mismo estado por algunos minutos. Me detuve cerca de una de las bancas, no me importó el polvo y la aspereza que mis piernas sentían sobre ella. El caramelo del algodón empezaba a resaltar su dulce derretido, algunas chispas salpicadas. Tenía en mente limpiar mis dedos con un trozo de papel que no encontraba. Alcé la mirada y de pronto estaba a mi lado, nuevamente. No pregunté, lo miré por un instante, le sonreí.

- ¿Quieres?, se me está derritiendo - le ofrecí mostrándole el dulce.
- Es todo tuyo, para qué pediste grande, ¿ves?
Rió con cierta suavidad.
- Está bien, ¿prefieres regresar?
- No, ¿tú?
- Tampoco, un rato más.

Decidí continuar el paseo con lo poco que me quedaba del algodón. El sol ahora sí era un único foco directo de luz brillante, iluminaba por instantes todo su rostro, no le importaba, agachaba la mirada, marcaba el paso, sacaba polvo, se sobaba la cara. Nuevamente se ubicó a mis espaldas. Sentí una tenue melancolía, esta vez no entendía su andar, su inexplicable distancia repentina.
Caminé un poco más apresurada y no volteé. No lo hice porque me invadió la sensación de soledad y de que todo esto estaba de más, ¿estaría loca por pensar eso?, no. Algo pasaba, lo conocía y ese día él mostraba una conducta inusual. "Por qué caminar hoy si no quería hacerlo. Tal vez me esforcé demasiado para esto o fui muy boba, muy suelta". Los pensamientos rondaban mi mente desordenada, trataba de calmarme por dentro, trataba de no decir nada, de no actuar, de creer que simplemente era cosa de momento, pero no podía, era que siempre, en el fondo, me mortificaba por él.

- ¿De verdad quieres seguir?
- Sí, ¿por qué?- respondió con un poco de tensión en la voz
- No entiendo, bueno, no quisiera sonar... - no supe con qué continuar - ... Si no quieres no hay problema, no te quiero presionar a nada, ¿estás aburrido, no?.
- ¡No!, no lo estoy...
Miré el suelo un momento y sin saber qué decir
- Bueno, yo estoy algo cansada, mejor regreso- le dediqué una sonrisa fingida.
- No te vayas
Se aproximó a mí
- No, en serio, no hay problema, tienes que hacer otras cosas, ya es tarde - insistí. Sentí que todos mis defectos salieron a relucir, incluso las temibles lágrimas; sin embargo, no alteraron en nada mi taciturno semblante.
- Entiende que no quiero...por qué querría.
- Siento que te ocurre algo
- Nada - me dijo pasándose la mano por el cabello
- ¿Quieres hablar de algo?
- No realmente.

Mis inútiles intentos por mejorar la situación concluyeron en un silencio infinito. Me recosté en un muro de piedra y él permaneció en la misma posición, no cambió en nada.
Hice un esfuerzo para reanudar el paseo.

- ¿Vamos?
Me siguió, igual que antes. No me contuve.
- ¿Puedes decirme algo?
- Simplemente estoy así, ¿¡ No puedo estar de este modo!?
Se exaltó un poco y se apoyó en un árbol
- Esta bien, no lo volveré a mencionar- mi actitud demostró otra vez esa sonrisa, en esta ocasión menos duradera, "sonrisa de payaso triste".

Volteé e intenté continuar el camino, extrañamente dio resultado. No sabía si me seguía o si permanecia apoyado en el árbol. La ruta me parecía menos iluminada que antes, no tenía interés en disfrutar el resto, ya nada tenía mucha relevancia.
Empecé a notar a los lejos la gente, los niños, la pileta, la tienda. Ya casi había terminado.
Mis ojos continuaban húmedos, empapados; después de todo, no había entendido nada, pero no pensaba insistir con eso, así debía de ser él.
El ruido se hacía cada vez más fuerte, más real. Cuando, por fin, me aproximé al indeseable propósito, a esa salida, al mundo, sentí una mano apretar mi brazo y una voz que extrañaba resonó.

- Si lo has entendido, quítame ese problema de decirte lo que me pasa.

De pronto esa luz brillando sobre los dos.