miércoles, 13 de julio de 2011

Los rechazados



Somos nosotros, los rechazados. Andamos juntos, de la mano. Caminando muy amenamente. Queriéndonos, odiándonos.
Pasamos por tu lado, te sonreímos, de repente te estiramos la mano, la aprietas, no confías, simpatía.
Me dices, te respondemos muy corto, muy breve, muy preciso y general a la vez. "Qué me dices", "Cómo has estado", "No me digas", "¿en serio?", "Ya estamos hablando".
Primero observamos por los costados. Luego una mejilla no muy pedida, un apenas beso, una sonrisa cuadrada, encanto.
Mas allá una silla, más allá una banca. Esa gente, "la gente", "qué les digo", "de qué les hablo". "Noooo", "Qué loco", "Regio".
Mejor escucho, ya no pronuncio. ¿Te halaga?, "me halagas". Qué bonito.
Recompensa, corta. Otra sonrisa, diferente.
(Te vimos y hemos volteado, me has mirado, te hemos mirado, ya no te vemos, no nos veas)
Nuevamente, ¡otra palabrita!, una broma, sus risas.
En dónde la postura, en dónde las manos.
Ya se van.
¿Habremos mejorado?, falta poco.
¿De qué hablan?, (los pasos, recuérdalos) solo sonreir, sonreir, sonreir y voltear, mirar, gesto, regresar, listo.
Se han ido, nos han dejado, cuándo fue eso, ya se ha acabado, y ya te fuiste también.

Somos nosotros, los rechazados.

sábado, 9 de julio de 2011

Breve confesión utópica




I

María y su maldito vestido celeste me tenían harto. Se mueve, flota, danza, cae, y yo solo puedo observarla con la cabeza apoyada en una mano, con la otra sosteniendo un vaso de “coca cola sin ron” y con las nalgas cansadas de estar en el mismo asiento. Incluso se me pasó por la mente la posibilidad de invitarle a bailar, pero no podía, ya no podía fingir que me divertía con esa rubia. Estaba cansado de eso, de tener que salir a todos los bailes con ella, a todas las reuniones, a todos los compromisos de mi padre; a pesar de que en un inicio fue el deseo más ferviente en mi vida.
María y la sonrisa de oreja a oreja. Daba vueltas por mi lado, las daba sin parar, esperando a que le diga algo bonito, algo ingenioso. Luego de pasar por la misma situación durante más de tres años, me era imposible, las opciones se me habían agotado.
Finalmente lo tuve que hacer, último año de colegio, fiesta de promoción.

- ¿Bailamos?

Ahí estaba Carmen, a mi lado, bailando con Javier. Ella me miraba desde el hombro de su pareja, me miraba con amargura, como reclamándome el por qué nunca le propuse lo que tanto quería. Sus rizos le cubrieron el rostro por un momento, cuando decidió girar hacia mi lado contrario y pensar las razones, nuestra realidad, mis motivos, esas cosas que creo que las mujeres piensan cuando las alternativas llegan a su último punto y las probabilidades de que algo suceda se agotan.
La verdad, Carmen se vía muy guapa con ese corto vestido blanco de una manga, esos pegados a los que María hubiera llamado “vestidos de fulana” (si es que ya no lo había hecho). Creo que Carmen habría sido una buena enamorada, pero nunca me llamó la atención, al menos eso creía porque estaba obsesionado con María y sus ojos, su nariz, con toda ella. Todos deseaban a una de las dos - a Carmen, por el cuerpo que tenía, por su cintura, su busto perfecto. María tenía la cara y Carmen el cuerpo. Pero como decía mi papá “Una rubia es una rubia”, y Carmen no cumplía ese requisito.
Luego de unas cinco canciones, solo recuerdo la última que era “I love to hate you”, terminé sentando en la misma mesa de Javier, que era, podría decirse, uno de mis mejores amigos, aunque faltaban Manuel y Rolo, que seguramente estaban tratando de comprar algo de ron. Nuestro castigo de último año por la estupidez de un par de resentidos sociales de mi aula resultó una fiesta"sana" y libre de botellas de vidrio.

María se sentó al lado de Carmen; era increíble como las dos podían odiarse en “silencio disimulado”, siempre lo ocultaban con hipocresía y lo terminaban de solapar con críticas hacia el resto de chicas que se habían esmerado en verse mejor.
Javier y yo empezamos a examinar el resto del salón de baile que se encontraba completamente lleno: muchos bailando baladas, un grupo en la mesa de bocaditos, y otros, a pesar de que recién eran las doce, ebrios con el poco alcohol que habían encontrado quién sabe en dónde.

Pasaron unos minutos y me sentí absurdamente tonto, ahí, en esa mesa, con Javier hablando de las piernas de Maruja, con Antonio preguntándome como se llamaba cada canción de rato en rato, con María, ahí, con todos. Me sentí como en esas películas americanas - típicas de mis fines de semana - sobre escolares en el baile de último año. Esa era mi realidad, solo que había logrado mi objetivo muy temprano.

Salí de la recepción, pensé que al menos afuera podía esperar a Rolo y a Manuel con el ron, o podría ver como la gente salía a fumar a escondidas, detrás de los autos. Podía hacer cualquier cosa afuera, pero dentro no.
Me senté al inicio del a escalera. Desde allí observaba la fila desordenada de autos estacionados. La mayoría no eran del colegio, tal vez de profesores, de otros salones, no tenía idea.

- Ya, ahora ¿qué pasa?




II



Mis ojos, que miraban el suelo con la misma decepción con la que miraban el rostro de María, se levantaron ligeramente para ver de pies a cabeza la figura de quien me estaba hablando. Era Diana.

- Nada, no pasa nada - le respondí sin verle
- Ah, bueno.
- ¿Recién llegas?
- Sí, no iba a venir pues, pero qué me quedaba... mis viejos.

Era de esperarse. A Diana no le gustaban esas cosas, menos aún si incluía conseguir pareja.
Nunca le vimos algún amigo fuera o dentro del colegio. No se sabe por qué era así, me resulta incomprensible, y en verdad no tendría en mente alguna forma adecuada para describir el comportamiento de Diana. Jamás fue amiga de alguien y se mantenía alejada del resto del salón, solo hablaba, de vez en cuando, con Rolo porque su mamá le hacía la movilidad en la primaria, y conmigo porque yo vivía a dos casas de la suya. Usualmente me hablaba cuando faltaba a clases - que era seguido - para pedirme algunos cuadernos.

- Bueno, voy a ver qué pasa dentro - me dijo apuntando con un dedo la pista de baile.
- En serio planeas entrar, todo está jodido.
- Para ti está jodido, seguro.
- Sí, como si quisieras entrar para sentarte en la mesa de Carlos, la única disponible y la más “bacán” - le contesté haciendo uso de mi gastado sarcasmo.

Sabía que jamás se sentaría ahí y que lo que tenía en mente no era entrar, sino meterse una de esas vainas que siempre llevaba al colegio, creo que nadie se daba cuenta, pero Diana aguantaba los días escolares que tanto odiaba con esas drogas que la hacían aún más indescifrable.

- Yo creo que para ti será peor porque si estas esperando a Rolo y a Manuel estas fregado. Los he visto tirados en el carro del viejo de Rolo y están completamente borrachos.
- Carajo - gruñí - ¿Qué propones?
- Nada, me voy.
- Vamos pues.
- ¿Qué?

Su expresión fue la más sincera que había visto en mucho tiempo, estaba realmente sorprendida. La mayoría de veces nuestras conversaciones no ascendían al minuto, aunque siempre terminaban en alguna risita. Sus ojos pardos se abrieron de manera graciosa, y luego sonrió con un poco de simpatía.

- Vamos, no quiero quedarme aquí - le dije
- ¿Y María?, no la puedes dejar.
- Bueno, trataré de regresar antes de las tres y le diré que me sentí mal, ya veré...
- Ni siquiera sabes a dónde voy a ir
- Qué mas da

Diana se volteó y caminó delante mío, su vestido lucía muy bien de espaldas. Era la primera vez que notaba una diferencia en ella, claro, no se había esmerado como el resto de las del salón, además que tanta dedicación las hacia ver exageradas.

Llevaba puesto un vestido azul oscuro que se dividía en dos partes por una banda negra que le ajustaba la cintura. El vestido era de tiras gruesas, las que terminaban por convertirse en un montaje de tules negros y azules . Su cabello castaño oscuro alborotado combinaba muy bien con la cinta que se había puesto.
Me adelanté un poco para ver hacia donde nos dirigíamos. Llegamos a un jardín que le daba la espalda al salón del a fiesta.
Ella se sentó en el pasto sin importarle mucho lo que pudiese pasarle al vestido, me miró por un instante y sacó un paquetito que ya había identificado antes.

- ¿Tu decidiste seguirme no?
- Si, haz lo que quieras, no importa.
- Está bien.

Sacó, entonces, un par de pequeñas pastillas blancas y se las tragó sin mucho esfuerzo. Empezó a mirar el jardín mientras tarareaba una canción de The Cure.

- ¿Por qué nunca te cambiaste de colegio, ah?- atiné a preguntar.
- ¿Por qué hubiera tenido que hacerlo?
- No sé, no hablas con nadie, la pasaste mal.
- ¿Y tú la pasaste muy bien?, ¿tú si tienes amigos, enamorada?
- Bueno, no son los mejores, pero al menos hablo con alguien - le respondí un poco arrepentido de haberle hecho la pregunta.
- Todo es apariencia, y hablar no hace que las cosas sean mejores- contestó - Dime algo, ¿cuántas cosas del colegio vas a extrañar?.
- No lo sé
- ¿Ves? No hay mucha diferencia en ambas situaciones - me dijo mientras sacaba un cigarrillo de su pequeña cartera.
- Claro que sí las hay, no trates de hacerme creer que no
- ¿Quieres? - ignoró lo que había dicho.

Acepté

- Victor, ya que esta puede ser la última vez que hablemos, ¿Por qué no dejas a María?
- Porque me gusta
- No te gusta, y eso que puedo admitir que es muy bonita, pero para ti ya debe de ser algo muy usado ¿o no?
- Qué te hace creer eso
- No la miras si quiera, es igual que uno de los cuadernos que llevas en la otra mano cuando caminas con ella.
- Ya, ahora eres una psicóloga.
- No, solo te digo lo que creo - me dijo mientras se llevaba el cigarro a la boca
- No sabes nada entonces, tú que puedes saber si nunca has estado con alguien Diana, ¿qué te crees? - le dije exaltado.
- Bueno, tu no sabes nada de mi, ¿entiendes?, esa es la ventaja. Yo te veo todos los días, he escuchado todos los estúpidos comentarios que has dicho desde primaria, sé quién eres desde siempre, pero tú no sabes nada de mi.
- Vete a la mierda, sabes que..
- ...Qué cosa Victor, a ver, dime algo que yo no sepa.

El rostro de Diana se había vuelto irreconocible, no era la Diana del colegio, era otra persona que nunca había identificado. Era ella, tal vez, por primera vez.

Abrió nuevamente la cartera para sacar el típico paquete

- No otra vez, no lo hagas.
- Si me seguiste, no fue para dártela de moralista.
- No lo hagas Diana.
- Déjame en paz.
- ¿Por qué lo haces?- le reclamé
- ¿Quieres explicarme por qué quieres actuar como si te importara en el último momento? No te sientas mal, no necesitas hacerlo.
- Sabes, de repente, si nos hubiéramos hablado desde antes podríamos haber sido amigos, ¿no crees?

Se rió

- Ay, ese sentimiento de hubiera, si pues, quién sabe.
- Es tu turno, dime algo de ti entonces
- Qué quieres saber
- No se, ¿quién te gusta?, ¿te gusta alguien?
- ¿Eso quieres saber?, ¿quieres ser mi amigo o mi amiga?

Reímos

- No friegues
- A ver, no me gusta nadie es la verdad, sí me han gustado pocos...
- Quién pues

No me contestó
- ¿Estás bien?
- No quiero hablar de eso Victor

El semblante de Diana empezó a cambiar. Su sonrisa se desdibujaba para dejar la sombra de lo que tal vez pudo ser antes. Se le congeló la vista en torno a una piedra. No me respondía, solo parecía querer llorar.

- ¿Qué te pasa?
- Me tengo que ir
- No te vayas
- ¿Sabes? No puedo seguir hablando contigo
- ¡Qué dije! - le reclamé.
- Nada, nunca has dicho nada y no quiero que lo digas ahora
- ¿Ves?
- Adiós

Recogió los tules de su vestido con poca delicadeza, sin limpiar las pequeñas hojas de pasto que se habían ocultado entre ellos.
No pude dejar que se vaya, no quería. Me incorpore y la tomé del brazo. Ella me miró con los ojos sutilmente humedecidos. Era ella, era Diana la persona de la que siempre había dependido, y no la conocía. No había algo más hermoso en ese momento que Diana, que sus ojos pardos, que sus pestañas húmedas y la pupila que reflejaba lo profundo de esa noche vacía. No resolví algo mejor que evitar que se fuera.

- Quédate
- No puedo Victor
- ¿Soy yo verdad?, dímelo, soy yo.

Diana me miró y no intentó soltarse como hace un rato, me miraba y yo no contemplaba otra cosa que no fuera su rostro descubierto, ese rostro que me regalaba la calma de ese día tan sombrío. Me aproximé a sus labios y sentí que ese sería el primer beso que le habría podido dar a alguien, fue la experiencia más ingenua que pudo ocurrir.

-Victor... yo no quería, pero creo que esta era la última vez que hablaríamos
-Qué...
En ese momento todo empezaba a derrumbarse y destruirse dentro de mí. Los pedazos de la noche caían en mi mente, la nublaban para hacer de ella otra noche propia e inmensa. Mi corazón palpitaba de una forma extraña, recordaba los instantes perdidos, los días, las horas, el tiempo.Yo tenía a Diana en un brazo, inconsciente, abandonada y dormida en un profundo sueño, sueño anticipado en el que había decido quedarse para siempre, y yo no me había dado cuenta.