lunes, 15 de agosto de 2011

Narcosis



Ya no recordaba de esa libertad que lo trasladaba en un éter liviano tan especial e indescriptible que solo un tonto calificaría como "nube celestial" - en su opinión las nubes parecían, más bien, caca de ángeles. Sin embargo, respiraba. Todavía podía.

Los párpados se le adormecían por instantes. La sensación de otras sensaciones en las palmas de sus manos resecas y su pensamiento intentando cesar era lo que le resultaba más común entre el total de sus sentires. Quería dormir profundamente y no podía.
Creó una clase de sistema mental que se conectaba con todas sus partes físicas: la falta de necesidad en los brazos, la debilidad en las manos, el desaliento en la boca. Ahora parecía dolerle todo.
Abrió los ojos.
Era un día sencillo, no como todos los días, sino como un sábado a las 11:00 de la mañana luego de un desayuno con huevos revueltos.

Levantó el cuello antes de realizar cualquier otro movimiento. La cama estaba llena de papeles, libros, revistas, papel higiénico, cajas, pastillas, cigarros y restos de todo lo que por fin había probado.
Se sentó en el borde de la cama y apoyó las manos sobre el colchón. Miró la alfombra arruinada por algo que no identificaba todavía como vómito. Observó la ropa, los zapatos, sus obras preferidas. Todo parecía tan extrañamente cotidiano, solo que esta vez el desorden tenía un origen distinto, un nacimiento que no le pertenecía a su persona, ¿era él?.

Se mordió los labios y sintió un sabor infrecuente, no era el mal aliento de todas las mañanas, ni el de las mañanas diferentes, este era curiosamente nuevo. Sonrió.
Al levantarse y colocar el pie izquierdo al mando del camino, parecía como intentar caminar por primera vez. Lo hizo de forma lenta, esperando algo nuevo por cada paso. La recompensa del acto llegaba satisfaciendo una inusual necesidad física, así que mantuvo el mismo ritmo hasta llegar a la ventana.

Movió con una sola mano la cortina que cubría la luna en la que descubrió su cuerpo semidesnudo, pero no se avergonzó.
La calle era la usual. Algunos de sus personajes favoritos no estaban, como el señor “guachimán” de la casa de la esquila, el joven que cuidaba la cochera de al frente, y la señora del puesto de periódicos. A pesar de eso, todo estaba intacto, incluso la bolsa de basura en su puerta que extrañamente no habían recogido desde hace dos noches.

Soltó la cortina y giró el cuerpo hacia su habitación. La luz que por un instante dejó entrar había aparentado llevarse la anomalía del momento anterior. Ahora sabía que todo era suyo: cada sensación, cada punto en la habitación le pertenecían, tanto como el vómito que había visto embarrado en su alfombra había salido de él.
Ahora ya no tenía nada que pudiese llevarlo a un estado de narcosis. Esta vez quería entender un por qué racional de todo lo que le rodeaba, quería saber por qué se había atrevido a lo que nunca antes se atrevió probar, por qué su cuerpo semidesnudo lucía tan demacrado, por qué ese sabor de su boca seca, por qué no tenía ningún motivo para seguir parado junto a su cama, y por qué, al mismo tiempo, sabía que nada tenía mayor importancia.

Todo como una película en retroceso regresaba a su mente, pero no con escenas, sino con ligeras huellas y pausas.

Retornó a la ventana con los ojos nublados, se asomó con cierto temor acompañado de una efímera agresividad que le exigía algo de normalidad, un deseo de simplemente ser. Al apartar la luna de su rostro, un flash parecido al sol iluminó su mente para hacerle recordar que esa escenario ya no era el mismo, que ahora era otro “guachiman”el que estaba en la casa de la esquina, que una joven remplazaba a la señora del puesto de periódicos, que otro hombrecito era el que trabajaba en la cochera del frente, y que la basura de su puerta no era la misma de aquellas dos noches.

Cuando aquel deja vu lo regresó a la realidad terrenal, se dio cuenta que tampoco era la primera vez que sentía ese sabor desconocido en la boca, que la alfombra ya había sido arruinada por vómitos anteriores, que no era la primera vez que probaba lo que nunca había probado, que su cuerpo demacrado ya había establecido una imagen imborrable muchas madrugadas atrás, y que la sensación a un desayuno sencillo de huevos revueltos era lo único que jamás se había desvanecido de su mente, a pesar de que hacía más de seis meses ella los había dejado de preparar.



lunes, 1 de agosto de 2011

Interferencia

Qué fácil le resultaba hablar de él. Pronunciar su nombre le sonaba tan gentil, tan ligero.
Pero no quería abandonar la idea de que toda su figura formara parte de los mil personajes que tenía en mente, de las mil personalidades que podía utilizar para distraerse o para examinar.

No sabía qué cosa de extraordinaria tenía esta persona, y es que no siempre es una sola, son varios rasgos que en conjunto crean esa percepción, y él los tenía (formaba parte del subgrupo "único", y no habían más miembros que él).

El proceso de descubrimiento resultaba mejor que el soso enamoramiento.

Nunca había escuchado una respuesta de su parte que no denotara generosa sinceridad y que incluso las incógnitas que dejara caer con torpeza tuvieran cierta seriedad en su raíz.
Y a pesar de las preferencias de él, ella lo prefería. No se lo dejaría saber, solo quería entender qué podía mantenerla ligada constantemente a la estampa de su carácter.
Qué cosa podía ser si nunca habían cruzado verdaderas palabras, solo las que exigía la situación, las ineludibles situaciones, la cordialidad que le apestaba.


Con todos las observaciones realizadas, inexplicablemente, por primera vez, estaba segura de algo: ella lo conocía.
Mejor que a cualquiera, que a nadie, sin necesidad de ser algo suyo específicamente. Lo conocía, pero eso no dejaba que lo peculiar de este ser se desvaneciera de su reproducción mental.
Eso le causaba zozobra, le aterraba la idea de quedarse con él en un recuerdo para siempre, de que desapareciera su imagen real y que todo se volviera una memoria vieja. Pero nada podía evitarlo, porque en un indeterminado momento, esos de los que no se guarda la fecha, ocurriría.

Sin embargo, sí existía algo que al menos podía quitarle esa perplejidad del principio, porque finalmente había un exacto y concreto detalle que convertía todo el lío menos ambiguo:
Ella se veía reflejada en él.
Lo que jamás comprendería era un sujeto en su persona, pero al menos había una mitad que ya identificaba.