domingo, 19 de junio de 2011

Lecciones


Le recordé que no me gustaban los jarabes, sabía que habían otras opciones.

Existimos. Somos cuerpos, mentes, personas y queremos, ocasionalmente, hacer el mal.

... Yo llevaba escondida esa malicia en los bolsillos durante mucho tiempo, nunca la podía dejar de lado; de vez en cuando, "un ojo".

Recordé que se la presenté el día que parecía llevar un vestido amarillento de gasa. Había permanecido inmóvil, más que poco sorprendida, incrédula.

Se la acerqué para que notara el veneno - tal cual me indicaron debía hacer. Dirigió la mirada hacia él por unos instantes, giraba la cabeza, lo examinaba detalladamente con la vista, y sin ninguna expresión en el rostro.

Luego, en determinado momento, regresó a mí.

Mi brazo empezaba a sentir el adormecimiento por todo el tiempo que había permanecido alzado en dirección a sus dos cristales pulidos de luz. Empezaba a tornarse azulado y frío .
La ponzoña no se derramaba, era un cubo perfecto de color cetrino - hacia ella, una bola de púas bermejo; lo reflejaba su pupila, yo admiraba.

Paso tres. Levanté la otra mano y lo sostuve con dos dedos. Qué lo respirará, qué absorbiera un poco del olor. Se inclinó ligeramente, separó los talones del suelo, arrugó el charol y me prestó atención. Siguió mis movimientos, y no, temor no.


El sudor gélido de mi frente empezaba a derramarse y mojaba el gris cemento. Su posición fue la misma; su lazo cuidadosamente amarrado, sus rizos caoba, sus mejillas rosadas. La completa falta de noción de tiempo y de existir pasaban a ocupar mi mente, a dejarla casi vacía de nada, pero la suya carecía de seducción o manipulación alguna, seguía siendo la misma. Ningún cambio en mi pequeña pieza.

Ahora que lo comprendía, no tenía otra opción. El pequeño ser que se encontraba frente a mí había vencido.

Di dos pasos al frente y tomé el veneno aún intacto. Lo acerqué hacía mi boca. Antes de sumergirse en mi crédula sensibilidad, empezó a gotear y destacó las púas que en otras ocasiones se me habían negado. Aquel color bermejo no pudo ser más brillante.
Casi dentro de mí, pude notar que su rostro, por fin, se había alterado: la vista iluminada construía un prisma de realidades a nuestro al rededor. Mi instrumento tocando el mínimo de lo corpóreo. Mis labios luciendo el primer indicio de sangre. El hirviente camino rojo hacia mi barbilla, la delgada linea de fresas, de sal, suspendida en el aire, atravesando todos los escenarios imperfectos. En el minúsculo instante de un latido, la gota roza el suelo.


La niña había formado un pequeño semicírculo con los labios.






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