miércoles, 2 de mayo de 2012

Refrigerio en barra



-¿Tú sabes qué pasa cuando le digo a mi mamá que quiero suicidarme?


- ¡Cómo pues! - ríe, con los ojos exaltados - cómo le vas a decir eso.
- Reniega, me grita, ¡hasta llora!, me dice que soy una abusiva, que la quiero matar de una úlcera. 
- Ay loca, pero es bien hardcore decirle algo así a tu vieja.
- No, no lo creo, al menos le estoy avisando que lo tengo en mente. Esas son las mamás que en los funerales le cuchichean al invitado menos esperado lo que el hijo solía contarle, pero no con un sentimiento de  culpa, ¡ah no!, ¡eso jamás!, sino como un mensaje que nunca entendió.
Gaby vuelve a reír como al inicio.
- Últimamente estas medio emo, oe - me dice con su vocecita ronca.
- Ja, ja. No, no estoy emo, pero siento que las personas prefieren evitar que uno hable de este tipo de temas, sobre todo los familiares, porque si le hacen caso y al final no pueden evitar que se mate, terminan sintiendo la culpa. A sentir culpa, mejor hacerse el loco.
- Creo que sí, puede ser.
Al instante, pasó un señor de seguridad y nos miró como sacándonos con los ojos del pasillo, no hicimos caso y continuamos hablando.
- ¿Nunca lo has pensado? - pregunté con un poco de intriga.
- Sí, pero eran tonterías del colegio, cuando escuchaba las bandas punk y esas vainas, es una etapa, a todo el mundo le pasa.
- Yo creo que todos lo llegan a pensar, sí, seguramente todos. - dije mientras pensaba en lo mismo. 
- Oe loca, ya me voy, ya empezó la clase, hablamos luego
- Anda, anda, apúrate. Chau.
Caminé rápidamente por el pasillo hasta encontrar la primera escalera que me llevaría al piso uno. Tenía una pequeña lista en el bolsillo de las cosas que iba a comprar en el mercado central, la saqué y volví a revisarla, evitando toparme con la gente. Era como caminar sin pensar que estaba rodeada de humanos, de seres tan absurdos, vivos y duramente sonrientes.Había practicado esa caminata por varios días, daba resultado, podía llegar sin problema alguno al paradero y sentirme liberada de ese tumulto que parecía consumir las últimas gotas de “ganas” que me quedaban. 
Luego de que tres combis subieran a la gente como ganado, por fin, paró la que me llevaría a mi destino. Subí y me senté al lado derecho. Siempre he pensado que mi cara se ve menos desagradable desde esa parte de los buses, al menos un poco de tranquilidad durante el tiempo que me tomaría el viaje, no tendría que preocuparme por los malos perfiles y el impacto en el público que chocaría con él. Me puse los audífonos, sonó Phantom Limb, escuché los 30 primeros segundos y pasé a la siguiente canción.
Hay pocos lugares donde me siento bien, uno de esos era el centro, siempre lleno de gente, gente que no incomoda, que te hace sentir bien, que te vende fruta, lentes, pasadores, peines, cuadernos, jugo de naranja, huevos de codorniz, gente que te dice “¿qué te sirvo bonita?”, “en qué te ayudo mamita”, “¿amazonas?, de frente lindita, baja nomas, ahorita no pasa nada”.
No todos hablan igual, otros te dan la respuesta que necesitas y siguen con sus vidas, pero aún así, su gracia tienen. 
Jamás planearía mi muerte en un lugar tan agradable como el centro, sería como arruinar por un instante tanto colorido con mi deformado cuerpo cubierto de sangre y de la mala mueca que mi rostro formaría por última vez.  Sería la chica de “La universidad carita” que se mató quién sabe por qué “Bien dice que estaba” “ Se tomaba fotos dicen, tenía amigos, bien, una chica bien, ¿No la habrían violado?, o se metería esas cochinadas, sí pues, todos los chicos estos se meten cojudeces, pobrecita”. Tal vez el diario Ajá o el Trome diría que mi cuerpo era una completa desgracia, sacarían que ni depilaba estaba “CHIBOLA SE MATA POR VELLUDA”, o dirían que me drogué en un callejón, que me fumé el óleo de mis pinturas, quién sabe qué dirían. Por eso, solo me dediqué en ver al centro como el lugar qué tanto me gusta, el pequeño escondite dentro del armario.
Seguí caminando en busca de los óleos que necesitaba para realizar mi proyecto - no para fumármelos. Llegué a la calle a la espalda del congreso, donde habían algunos puestos que vendían caballetes, lienzos, postales y todo para los que hacen escultura o pintura. Bajé la cuadra completa  y entré a una tienda donde había un chico de baja estatura, menudito, asomado en el umbral, viendo hacia la calle. Era uno de esos chicos que parecen muy serviciales, sin llegar a ser exagerados, los que no caen como una patada en el trasero. Lo usual, cuando uno va a estos sitios; o son muy entendidos y te tratan como un ignorante, o simplemente no saben nada y tampoco quieren que les preguntes nada, solo comprar. Sin embargo, este chico era de los buenos, seguramente el único bueno en toda la recta.
- Hola, ¿en qué le puedo ayudar? - preguntó el joven.
- Ehhmm - miré al rededor de la tienda - Necesito óleo, pero no sé, estoy con ganas de hacer cosas grandes, otro tipo de arte, creo que llevaré acrílico.
- Bien, a ver, un ratito, venga por aquí - me señaló un mostrador - esos son los que tenemos.
- Ah ya. - me detuve a mirar unos segundos  las cajas de acrílicos- Llevaré esos. - señalé una caja cualquiera que me había parecido haber visto antes en una tienda por mi casa. - Voy a ver los lienzos - añadí.
En una esquina junto a los caballetes, habían colocado los lienzos de manera desordenada, todos los tamaños intercalados. Elegí un par enorme, dimensiones con las que nunca solía trabajar, si el último que había terminado fue un 40/40, los que estaba llevando lo triplicaban. Los levanté torpemente y caminé con cierto entusiasmo hacia la vitrina donde se encontraba el joven, hasta que me di cuenta que llevarlos a mi casa me iba a resultar complicado, entonces los cambié por unos un poco más pequeños, pero que, aún así, seguían siendo grandes.
- ¿Tiene algunos pinceles para el acrílico?¿Cuáles se usan? - pregunté, tratando de no sonar como una novata, a pesar de no serlo.
- ¡Ah!, yo le diría que lleve los chinos, estos sintéticos, esos le sirven, de ahí si no quiere pues no gasta mucho, baratos están. - respondió. A mi parecer, pensó que podría ofenderme por su comentario; a cuánta gente  le molesta que traten de ofrecerles cosas a bajo precio porque creen que le están diciendo misio, qué cojudez. El chico, intentando ser disimulado, inclinó un poco la cabeza para ver qué cara había puesto, siempre ando con cara de mierda, eso cree la gente.
- Ya, llevo esos entonces.
- ¿Algo más?
- Qué pintaría usted señor, ¿usted pinta?- le pregunté,  se me pasó por la cabeza, como muchas otras cosas.
- No, no pinto - respondió rápidamente.
- Pero qué pintaría usted si tuviera que pintar sobre muerte.
- No lo sé, no lo sé.
- Piénselo un segundo, algo tendría que pintar ¿no?
- No lo sé, señorita. Solo sé que me gusta mucho Van Gogh y que seguro él hubiera sido bueno para responderle esa pregunta, loco estaba. ¿No cree?
- Vamos... - me quejé flojamente mientras sacaba el dinero de mi billetera. El joven me miraba y no decía nada, solo sonreía con la sonrisa de los que atienden, esperando la gran cantidad que dejaría a mi billetera más delgada que una hoja bond.
- ¿Cúanto es?
- 70 soles, señorita.
Le entregué la suma de billetes que venía juntando hacia un par de meses, solo me quedé con uno de diez y dos  monedas de dos soles.
- Un reloj. 
- ¿Un reloj? - repetí. El chico contemplaba una  esquina de la habitación donde había colgado uno de plástico.
- Pintaría un reloj, señorita, el tiempo pues, lo que se vive, todos miramos un reloj, si te mueres, se acaba el tiempo, ¿No?
- Sí, sí. Se acaba. Gracias.
- Vaya con cuidado.
Me detuve un momento en la esquina. Crucé la calle para ir a Capón. Reté a la muerte, todavía algo de eso me quedaba.

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