jueves, 17 de mayo de 2012

Moraleja de un artrópodo


En un pequeño agujero, entre la arcilla que se formó de dos trozos de madera de la esquina de una pared, una araña y una cucaracha estaban escondidas. Las dos en una suerte de pacto. Habían caído, ambas, en el mismo inmundo orificio que les permitía sobrevivir ocultas del rastreo de las suelas, los matamoscas, los insecticidas y los palmetazos de manos ásperas y crudas de tanta costumbre. La cucaracha se movía rápidamente, se mimetizaba con bastante facilidad entre los escombros de lo que frente a sus ojos parecían construcciones enormes, infinitas. Pasaba desapercibida, regresaba vencedora de la adversidad, todas las noches, con las patas llenas de migajas, basura, desperdicios que le servían para alimentar su endeble caparazón.

Durante el amanecer, la araña observaba a la cucaracha moverse, saciar su asqueroso placer con frialdad, con ansia. En el polvo,  estaba agitándose de un lado a otro, exhibiendo hasta el último detalle de su estructura , sin pudor alguno, como si se tratase de los atributos de un héroe: las patas espinozas, largas y erizadas, las alas rígidas que rara vez hacía volar, la torpeza de su ajetreo. Realizaba ademanes que enaltecieran su miserable nombre, y la araña reía con ella, las dos reían y parecían entenderse muy bien - tal vez por la misma condición de su especie. Mientras el calor estuvo en el ambiente, la cucaracha salía, siempre allá, afuera,  se mofaba con vulgar elegancia de su compañera que permanecía atrás, complaciente, atenta a sus historias de mundos temibles, quiméricos, valientes, mundos a los que solo la cucaracha le hacía frente.  

Tiempo después, el bochorno fue degradando su color del rojo a gris, la calentura enfermiza se convertía en aire fresco, en viento, en frío. Los extensos trayectos en el fondo negro se fueron acortando, hasta disminuirse en un asomar temoroso, en el lente de quien vigila, cobarde, moribundo, indefenso. Fue ahí, entonces, cuando la araña, sin pedir permiso, se ubicó en la entrada del diminuto círculo, descolgando el último hilo de una tela y sacando la primera de sus ochos patas. El verano había terminado y el invierno se convertiría en el cuento de la araña que la cucaracha jamás descubriría.

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